El hombre del café solo

Está ahí todos los domingos. Mi mujer y yo le conocemos como "el hombre del café solo". Es un hombre mayor, de unos 50, de unos 50, mayor, con gafas desfasadas, camisa a cuadros, pantalones kakis y botas de monte. Le empieza a escasear su pelo oscuro probablemente teñido y posee unos rasgos cuadrados y duros. Todo lo que hace lo hace con intensidad. Llega a la cafetería todos los domingos a la misma hora. Pide un café solo, la mínima consumición que puede hacer. Recoge dos periódicos del local y se sienta. Los pone uno encima de otro en la mesa y los lee. No solo los lee, los analiza y desmenuza. Parece que está intentando descifrar el patrón de letras del periódico, como quien descifra un mensaje secreto codificado. Mira fijamente el periódico. No mueve los ojos ni cuando cambia de columna.

Cuando termina sus dos periódicos, unas tres horas y un café después, vuelve a su casa lentamente. Vive a unos quince minutos, pero a él le cuesta veintitrés. Entra en su portal recién reformado y llama al ascensor. Respira profundamente varias veces. Abre la puerta haciendo un sonido sordo y entra. El elevador sube con parsimonia piso a piso, hasta el primer piso. Luego hasta el segundo. El tercero. El cuarto. Así hasta el octavo. Sale del ascensor y saca las llaves de su bolsillo. Espera unos segundos eternos delante de su puerta con las llaves en la mano, en posición de abrir la puerta.

Abre la puerta y no escucha nada, huele. Siempre huele a comida. Todos los domingos huele a cocido maragato, lo que desemboca en lunes y martes de sopas y croquetas. Su madre le saluda desde la cocina, pero él no dice nada. Se quita las botas y se pone unas zapatillas de casa a cuadros. Arrastra los pies hasta el salón y pone la tele mientras es absorbido por el sofá. La fórmula uno tiene un ronroneo que le distrae. Les ve como dan vueltas y vueltas hipnóticamente al mismo circuito. Todos los domingos. Cuando no hay Fórmula 1, motos, cuando no, tenis. En este caso prefiere las chicas. Van todas con esas minifaldas sensuales, a la vez que pegan grititos a cada golpe. Se las imagina a cámara lenta.

Todo hasta que su madre le llama a comer. Comen en silencio, sin hablar. Y vuelve al sofá con su segunda lata de cerveza de marca blanca a medio terminar. Se queda dormido viendo el telediario. Asesinatos a sueldo, violencia de género, desapariciones, todo condensado en 10 minutos. Luego 2 minutos con el nuevo delfín del zoo de San Diego. Se despierta a las seis. Siempre va a dar un sorbo a la cerveza y ya se le ha calentado. Su madre se ha sentado en el sofá de tres piezas a coser.

Se levanta al baño, y vuelve al poco. Sigue en el sofá viendo la tele y bebiendo cerveza, hasta la cena. Tortilla francesa con un poco de jamón. La serie familiar nocturna y a la cama. El lunes ya no pasa nada. Ni el martes. Tampoco el miércoles. El jueves no va a a ser menos. El viernes ya es tarde. El sábado es fiesta. Y el domingo. El domingo es el día del café solo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

"voy a morir.. te quiero"

Pasatiempos 2