Tuik tuik

(dedicado a @patxitaxi).

Nunca pido un taxi. Ni cuando tengo prisa. Ni siquiera cuando está lloviendo. Pero ese día de tormenta sí. Me había pillado en Barcelona, en el barrio de Gracia, el que siempre me descubre cosas nuevas y sorprendentes. Mi anfitriona durante mi breve estancia no disponía de una llave extra, así que debía llegar hacia las 10 de la noche. O más tarde a riesgo de tener que esperar hasta la mañana a que saliese de su trabajo nocturno.

Había decido caminar desde la tetería china donde me encontraba, ya que las conexiones de metro no eran las idóneas. Y de un día tranquilo, surgió la tormenta. Me refugié en el saliente de una tienda mientras me sacudía mi camiseta con un astronauta verde dibujado, en un estúpido convencimiento de que así se secaría.  Mientras caían los rayos y los truenos me fijé en mi improvisado refugio. Estaba cerrado con una persiana, pero que dejaba ver su oscuro interior. Puse mi mano izquierda en posición horizontal sobre mis cejas y me pegué a la persiana. Globos terráqueos, de todos los tamaños y épocas.

Esperé diez minutos, quince, veinte y la tormenta no amainaba. El aparato eléctrico cesó, pero la lluvia se negaba a hacerlo. Es más, se empeñaba en llover. Había anochecido y miré la hora en el móvil. Me di cuenta que si esperaba demasiado no llegaría a la casa a tiempo. Intenté divisar algún vehículo negro y amarillo, pero no pasaba ningún coche. Miré hacia la izquierda y divisé una avenida por la que circulaban vehículos, así que medio corriendo, me acerqué hasta allí bajo la lluvia.

En seguida vi aproximarse un taxi. Era una berlina normal, de esos coches que pasan desapercibidos, que pueden ser de cualquier marca. Todos son iguales. A mi señal, se detiene y subo en el asiento de atrás. Le digo la dirección y emprendemos rumbo por el carril Bus y Taxi. El conductor es de esos que no conversan mucho. Si no se le hubiese llenado la boca informándome del mal tiempo que hace.

Al parar en un semáforo, me pareció oir un extraño ruido, un "tuik". Abrí del todo mi ojo izquierdo escudriñando todo el taxi. No vi nada fuera de lo usual. El semáforo se puso en verde y el taxi se puso en marcha. Otra vez el "tuik".
- ¿Ha oído eso? - le pregunté al taxista.
- ¿El qué?
- Así como un ruidito, pequeñito.
- Habrá sido algo de la calle.
Inmediatamente, volvió a sonar ese ruido extraño.
- ¡Ahora! - le comuniqué impaciente.
- No, no oigo nada. Disculpe. Solo oigo la lluvia.

Es verdad. Casi se me había olvidado la que estaba cayendo fuera. Pero volví a oír el ruido. Esta vez, estaba seguro de que provenía de la parte delantera del coche. Me olvidé de mi paranoia un momento, y me centré en mirar por la ventanilla como se inmolaba la lluvia.

Continuamos sigilosamente el camino hasta la Barceloneta.
- "No puedo entrar hasta allí, tendrá que seguir andando". Me comunica el conductor.
- "Bueno, a ver si no me mojo demasiado".
- "Si quiere le dejo un paraguas, tengo un par en el maletero de clientes olvidadizos".
- Pues se lo agradecería mucho, no crea.

En cuanto le pagué, el taxista descendió bajo la lluvia y corrió hasta el maletero. Fue entonces que me di cuenta que el "tuik" lo estaba provocando el propio taxista. Lo pude oír cuando pasó por mi ventanilla. Miré por la luna trasera, pero el maletero abierto no me dejaba ver nada. Solo pude observar cómo se desplegaba un paraguas. Cerró el maletero y volvió para abrirme la puerta.

Por fín le pude ver, mientras sujetaba el paraguas para que no me mojase. Estaba oscuro y no podía distinguir bien sus facciones, pero la luz interior del coche era suficiente para ver que llevaba una camisa de rayas  y un pantalón corto. Me fijé, y su pierna izquierda era como metálica. Lo que podía ver de ella, era una gruesa barra cilíndrica de acero en la que estaban enroscados unos cables. Todo ello estaba envuelto en una carcasa de plástico transparente siguiendo la forma de un muslo.

- ¿No has visto nunca una pierna biónica o qué? - Me preguntó el taxista airado al verme que no desvíaba la vista.
- Pues, no, no he visto nunca una.

Sonrió, pero no me respondió nada. Así que salí del coche, tomé el paraguas y me dirigí raudo al apartamento de mi amiga mientras repicaban las gotas de agua. Con suerte, me  la encontré en la puerta del portal. Y me soltó una reprimenda.

- ¡Menos mal que has llegado a tiempo! Casi te tengo que dejar fuera niño.
- Uff.. sí, lo siento - me disculpé con media sonrisa.
- Tú, ¿de donde has sacado ese paraguas transparente con dibujos de princesas? Parece de niña.
- Ehh.. - respondí confuso al darme cuenta que no me había fijado, - no me vas a creer pero.. estaba lloviendo y... me lo he encontrado por ahí.



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