afónico

Estoy afónico. Creo que en estos tres últimos días nunca había hablado tanto. Es esa afonía de después de un concierto, de esa canción que dura 2'54 minutos, pero el cantante se tira 4'52 dirigiendo el micrófono al público para que cantemos el estribillo que él parece que no puede ya más. Cuando por fin me tumbé en mi cama enfundado en el pijama solo oía voces que decían mi nombre. Voces que me llamaban. Creo que no había tenido tanta atención desde que nací. Cuando salí del vientre de mi madre, el doctor, me agarró por las piernecitas boca abajo y me dió una palmada en el culo (cosa que ya no se hace). En ese breve segundo, en esa sala de partos, el continuo espacio-tiempo se paró. El doctor, mi madre y la enfermera redirigieron todas las fuerzas de sus cuerpos a sus respectivos oídos, potenciando al máximo cualquier llanto que emitiese. Afortunadamente, lloré por primera vez, y el espacio-tiempo volvió a su velocidad normal.

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