Like gold
-"How do I look?" (¿Qué tal me ves?)
-"Like gold." (Como el oro.)
Swing Kids
Ya tengo que decirle cuando me lo pregunte. Mi duda es si decírselo en inglés o en castellano. Es que no sé si sabrá inglés. En castellano pierde significado. Se limita a especificar que es de un color amarillento y que en ocasiones brilla. También estás implicando que es algo de mucho valor. Así que puede que se identifique con un lingote y me lo ponga muy duro.
Pero en inglés tiene ese variado abanico de significados. Algo "gold" no es solo algo amarillo con valor en los mercados económicos, es algo especial, probablemente con raíces en la fiebre del oro. Una de las primeras burbujas económicas que ha creado Estados Unidos. Lo que buscaban era algo escaso, algo muy difícil de encontrar. Todos conocían a alguien que conocía a alguien que se había hecho rico con el oro. Por más que bateaban el fondo de los rios en busca de oro, la mayoría volvía con las manos vacías. Con una pequeña pala, recogían tierra del fondo del rio y la arrojaban en una batea. Mientras la agitaban, el filtro iba dejando pasar los sedimentos poco a poco, hasta que empezase a asomar el oro. Un duro proceso de emoción y espera, que conducía a la desesperación y la locura.
Así que la gente empezó a desistir, eran unos pocos los que finalmente se quedaron en las orillas de los rios. Uno de los últimos que resistió, después de 35 años, en un pueblecito de Nevada, Henry "Beans" (Alubias) Tyler, por la noche, después de buscar infructuosamente, iba a emborracharse a la cantina para contar viejas historias a los incautos viajeros que pasaban por aquellas tierras. Los locales ya no le hacían ni caso. Se sabían todas sus historias, la de Jimmy "Newyorker" (Newyorkino) que encontró oro en el tramo de rio anterior al suyo. También la de "Hanna", la mujer que guardaba en el bolsillo interior de su maloliente chaqueta, en una foto en blanco y negro con dobleces. Beans se colocaba como podía su sombrero y volvía a casa medio borracho y preguntándose si merecía la pena quedarse allí para solo poder comer un currusco de pan y una lata de alubias al día. Menos mal que se quedaba dormido nada más tumbarse en la cama.
Al morir el padre del cantinero en Fresno, éste cerró el negocio para atender el funeral. Desafortunadamente, era el único que vendía alcohol en el pueblo. El dueño del ultramarinos, Clive "Scotch" (escocés) McTier, siempre decía que el alcohol era la bebida del diablo y de los indios y que por eso no vendía. Beans tenía su botella amiga en casa, aunque no tenía a nadie a quien contarle sus historias y apadrinar en el arte de buscar oro. Al tercer día con la cantina cerrada, Beans registró exaustivamente su pequeña casa. Seguro que había guardado algo de licor para emergencias pero, ¿dónde? No pudo encontrar mas que botellas vacías. Probó a llenarlas con un poco de agua para poder aprovechar cualquier resto de alcohol del interior, ese agua manchada no sabía a nada. Cansado, se tumbó en la cama con los ojos abiertos. Los cerró pero no se quedó dormido. Al rato los volvió a abrir mirando fijamente al techo.
Se hizo de día y en vez de echar un trago y salir silbando con su batea hacia el río, se quedó inmóvil en la cama, con los ojos abiertos. Anocheció. Al día siguiente se levantó por fín al ver los rayos de sol. Arrastrando los pies llegó hasta la chimenea y encendió un pequeño fuego con unas ramas y un poco de leña. Mientras la leña se quedaba sin oxigeno y se convertía en ceniza, abrió el armario donde guardaba las latas de comida, solo de un tipo: alubias. Abrió la lata con el cuchillo y las cocinó suavemente en una olla sobre el fuego y las ascuas. Solo necesitaba calentarlas un poco, es lo que le gustaba de las alubias. Con la cuchara, las comió lentamente. Después recogió lo poco que tenía de valor y se fue al pueblo. Scotch le concedió unos 10 dólares por todo. Suficiente.
Después de un largo día andando, llegó a Carson City. De allí tomó el tren. Nunca había montado en uno. Cuando le empezaron a hablar de trenes pensaba que tenían caballos dentro de las locomotoras, y hacían el humo de la chimenea para hacerlo parecer especial. Por esos 10 dólares, el tren le llevaba hasta su destino. Al amanecer, el tren llegó. La ciudad había cambiado mucho, no reconocía los edificios ni las calles. Salió de la estación y no sabía donde estaba. Preguntó por su antigua calle. Cuando llegó inspiró profundamente y dio dos golpes en la puerta. La casa había cambiado de color o no la recordaba bien. Le abrió un hombre alto. Beans mostró su sorpresa. Sacó la vieja foto de su chaqueta y se la enseñó. "No se quien es", le contestó el hombre, "pero le puedo decir que la casa la compró mi padre hace un par de años por que la mujer que vivía aqui falleció de enfermedad grave".
De un golpe, el hombre alto le cerró la puerta, Beans se sentó en el escalón de la entrada. Nunca había llorado, no que lo recordase por lo menos, pero sí ese día. Cuando no pudo llorar más regresó a la estación de tren. Al llegar se buscó en los bolsillos y no tenía dinero para comprar un billete de vuelta. Así que se sentó en uno de los bancos de la estación. Su estómago no rugía por que no tenía fuerzas, sentía el hambre. Solo sabía hacer una cosa, bueno dos.
"¡Una historia por un dólar!, ¡Historias de la Fiebre del Oro!", anunciaba Beans por la estación todos los días. En ocasiones, juntaba a grupos de gente que esperaban a un tren que llegaba con retraso y les contaba historias de los buscadores de oro. A los niños, les encantaban sus historias, y detrás lo padres que le dejaban buenas propinas.
En uno de los grupos una señora de pelo largo y gris le miraba con mucha atención como contaba las historias. No se atrevía, pero se acercó a darle un par de dólares. "Me ha gustado mucho su historia.", le dijo entrecortadamente la señora. A Beans se les enrojecieron los mofletes "Muchas gracias.. si viene mañana le cuento otra, pero esta vez gratis". Le contó la historia de Newyorker, y la de otros muchos.
"En sus historias no salen nunca mujeres," le espetó la señora. "No, tiene razón, pero si hay una.." y Beans le comenzó a narrar la historia de Hannah. Se llevó la mano al bolsillo y le enseñó la foto en blanco y negro. "Mire, ¿ve lo guapa que estaba?" Le explicó Beans a la señora. Se quedó pensativa unos segundos y le dijo: " Entonces, tu ¿que tal me ves?" Y le respondió Beans: "Como el oro."
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