La corbata a rayas

Él mismo creó el primer producto de la empresa. Diseñó un sistema para atar los cables de aparatos electrónicos. Partiendo de un fino alambre, lo forró con plástico y aplastó los bordes. Patentó el modelo de brida y se dedicó a vender máquinas que las hiciesen y así poner una en cada fábrica a precios estratosféricos. A partir de dos años sin reconocimiento se dió cuenta de que si quería que se vendiesen las máquinas, tenía que salir del taller y hacerlo él mismo. Así mismo, tenía que controlar que la producción siguiese en aumento y se cumpliesen los plazos. En la revista "Atando cabos" le dedicaron una portada y se convirtió en una pequeña celebridad dentro del sector del retractilado y compactado industrial. Después de ese primer invento, para el mismo mercado industrial, la compañía creó, entre otras cosas: bolsas de plástico que se cerraban con una banda de pegamento al estilo japonés, y una versión doble de la brida.

Desde que salieron a bolsa, entra todos los días por la puerta a las 8:04. Hoy lleva la corbata de las rayas diagonales subiendo hacia la izquierda. Se supone que infunde optimismo, ilusión y seguridad. Saluda a su secretaria regordeta. La secretaria lleva zapatillas, siempre que se las pone, cuando no tienen que salir, lleva escote para que su jefe no se dé cuenta. El ahora presidente del consejo recibe su informe de producción del día anterior según entra en su despacho. Un zumo de naranja recién exprimido y el informe. Le gustan las naranjas que quieren ser pomelos, las que son tirando a ácidas, las dulces siempre le parecen demasiado dulces. Mientras sorbe cuidadosamente el zumo, va marcando con el lápiz fino todos los resultados que no son como se esperaban. Deja el vaso de zumo con los restos de la espumilla sobre la mesa y empieza a llamar a los departamentos responsables uno por uno.

Cómo no, están todos en su puesto estoicamente desde el minuto que empezaron a exprimir las naranjas. Después de que ha motivado a la plantilla, comienza el resto de su día: llamadas y reuniones. Se reúne con unos coreanos a las 10:30 para unas inversiones. Justo acierta a decir "An nyoung ha seh yo" y enseguida deja que su intérprete intercomunique con ellos. Al mediodía, baja a comer al "Marcels". No le gustaba la comida, pero en el bar se hacían buenos contactos.

A la tarde su secretaria le recuerda sobre el evento de la noche: la presentación del libro económico. Tenía obligación de ir, el escritor era amigo y lo más importante, cerrajero de puertas. Son de esas presentaciones en las que el que presenta habla demasiado. Demasiado. Sus canapés posteriores no podían ser de tortilla de patata.

Siempre que sube por el ascensor hasta su ático se mira en el espejo. Estaba en la parte opuesta a ala puerta. Era inevitable mirarse. Mira fijamente la corbata unos segundos, luego se mira a él mismo y se le escapa una sonrisa falsa.


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