dolores

De esos días que te despiertas con un dolor repentino en la espalda. Me intento incorporar y localizo el dolor en la parte de abajo de la columna a la altura de los riñones. Estoy sobre mis dos piernas y siento que un ancla está atada a mi columna y no me deja estar recto. Me acuerdo de los abuelos que van encorvados sujetándose débilmente en un bastón. Estiro del todo la espalda y noto de nuevo el pinzamiento. Llego hasta el baño, y estoy con la columna como un acordeón. Abro el cajón del botiquín y me tomo una aspirina. No me gustan las tradicionales, las que me daban de pequeño con una cuchara llena de agua donde la disolvías con el dedo gordo y luego la tragabas. Me gustan unas que son granuladas y con sabor a cola. Siempre me he preguntado que es el sabor a cola. ¿La cola qué es?¿Una fruta?¿una baya?¿una planta? De todos modos, no se si sirve de mucho, siempre que me tomo una no me encuentro ni peor ni mejor que lo que estaba. Dejando mis tribulaciones, me vestí como pude.

Resulta que no podía tampoco agacharme, a pesar de que tampoco me podía mantener estirado. Desayuné algo y me senté en el sofá un rato, pero me seguía molestando la columna. Pensé que ya que me iba a doler igual, mejor que hiciera algo productivo, unos recadillos rápidos. A algunos el orgullo nos puede más que el dolor, así que salí a la calle recto como una estaca. A pesar de que intentaba ponerme lo más recto posible, tenía la sensación de ir ligeramente encorvado. Además mi andar no era el habitual, era un andar un poco más errático que de costumbre. Llevo un rato por la calle y me encuentro con un conocido. Le saludo ya que hace tiempo que no le he visto y me acierta a decir: "Oye Mikel, ¿has crecido?"

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