El niño y el móvil y conspiraciones
Metro de Barcelona. El vagón relleno de sospechosos habituales. Usuarios normales de metro que tienen que ir de un sitio a otro sitio. Gente con cosas que hacer. Suena una música por el tren. A veces, desconsiderados, algunas personas viajan escuchando la música en el móvil, sin cascos, y hacen que los demás viajeros la escuchemos también. Recorro visualmente, de manera disimulada, el vagón en busca del dispositivo. Veo a un joven de origen sudamericano y pintas de rapero. A pesar de la estereotipación, no le observo con ningún móvil. La música para. Miro unas chicas jóvenes de unos 16 años. Tampoco.
La música vuelve a sonar. Esta vez, veo a un niño en un carrito. Justo tenía la fuerza para aguantar el móvil entre sus manos. Estaba observando algún video en el móvil a todo volumen. No desvía la atención, con la dificultad que conlleva debido a la hiperactividad de los niños. Se acaba el video y su padre le quita el móvil. El niño rompe a llorar solicitando el teléfono. Llora en esa frecuencia de niño que hace que se escuche en varios kilómetros a la redonda. El padre finalmente le devuelve el móvil y el niño deja de llorar.
Todavía no ha empezado a hablar y está engatusado por esa pequeña "piedra" que emite sonidos. El niño llora cuando tiene hambre, cuando se ha cagado en los pañales, cuando le duele algo y cuando necesita el móvil. No nos quedemos extrañados si los fabricantes de los productos electrónicos rocían con perfumes adictivos las máquinas. Ya lo hacen en Las Vegas, olores que te impulsan a jugar. ¿Por qué no olores que hacen que uses el móvil?
La música vuelve a sonar. Esta vez, veo a un niño en un carrito. Justo tenía la fuerza para aguantar el móvil entre sus manos. Estaba observando algún video en el móvil a todo volumen. No desvía la atención, con la dificultad que conlleva debido a la hiperactividad de los niños. Se acaba el video y su padre le quita el móvil. El niño rompe a llorar solicitando el teléfono. Llora en esa frecuencia de niño que hace que se escuche en varios kilómetros a la redonda. El padre finalmente le devuelve el móvil y el niño deja de llorar.
Todavía no ha empezado a hablar y está engatusado por esa pequeña "piedra" que emite sonidos. El niño llora cuando tiene hambre, cuando se ha cagado en los pañales, cuando le duele algo y cuando necesita el móvil. No nos quedemos extrañados si los fabricantes de los productos electrónicos rocían con perfumes adictivos las máquinas. Ya lo hacen en Las Vegas, olores que te impulsan a jugar. ¿Por qué no olores que hacen que uses el móvil?
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