Días de cuchara gorda


Hoy el café me lo he tomado en vaso de cristal y cuchara gorda. En el mismo momento que hundía la gran cuchara sopera en el vaso me he acordado de mi abuela. Mi abuela y su chocolate espeso que nos servía en tazones y con pan tostado. Para degustarlo, solo contábamos con amplias cucharas de proporciones epopéyicas. Desde entonces se me había olvidado lo que me gustaba el chocolate. Había una mesa que parecía interminable y nos sentábamos todos los primos alrededor con las piernas colgando en las sillas. El chocolate nunca estaba preparado, siempre había que esperar. El momento desde que nos sentábamos hasta que mi abuela lo servía se hacía intensamente eterno. Se armaba un gran revuelo durante unos minutos que nos costaba consumirlo todo y salíamos corriendo escaleras abajo, dejando un reguero de tazones vacíos y trozos de pan y casi, sin agradecer la merienda.

También nos solía dar barquillos de coco y unos bizcochos secos que cuando los sumergías en leche engordaban y estaban deliciosos. Además tenía unas galletas cuadradas con el dibujo de una palmera, que nunca he vuelto ha comer. Las guardaba en un armario que era altísimo hasta que te hacías con una silla y simplemente era alto. Creo que ni las galletas ni los bizcochos los siguen haciendo. Las he buscado en tiendas y supermercados sin éxito. Una vez, la casualidad quiso que una chica que leía libros de cactus me ofreciera galletas cuadradas. Al mirarlas detenidamente, pude comprobar con desilusión que no eran las galletas de mi abuela. Se desvanecieron en cuanto las tuve en la mano, curiosamente, igual que la chica.

Mientras sigo buscando mis galletas, me tomaré de vez en cuando mi café con cuchara gorda.

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