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Aquí abajo

"A la izquierda, al fondo del pasillo, bajas por las escaleras hasta abajo y es el número 64". Así que seguí las instrucciones al pie de la letra. Giré a la izquierda y caminé por el pasillo vacío del edificio. Descendí uno por uno los escalones y continué caminando entre puertas. En cuanto vi mi número, me senté en un banco metálico que había en la pared de enfrente. Saqué el móvil de mi bolsillo y comprobé que no había cobertura. Mal lugar para esperar. Guardé el aparato en el bolsillo delantero del pantalón. No me había dado cuenta, pero la luz era muy tenue. Había un par de luces empotradas en el techo que se estaban muriendo. Tenían ese color amarillo manchado, un amarillo oscuro. No había nadie esperando. Ni siquiera para las otras salas. Reposé mejor mi culo y suspiré. La manilla de la puerta era negra, de plástico. Había sentido el manoseo de múltiples personas y había cedido un poco, apuntaba ligeramente hacia abajo. Seguro que no había presupuesto para cambiarla. M

Rayas

Anteayer me desperté con rayas en el pecho. Solo que no eran rayas, eran arañazos. Me quedé mirando fijamente al espejo del baño mientras tocaba suavemente las costras a ver si eran de verdad. Me giré y también tenía en la espalda. Es como si me hubiese querido quitar la piel mientras dormía, como una serpiente. Que cuando despertase pudiese ser otra persona, que está dentro de mí, que quiere salir. Pero no puede. Ayer me volví a despertar con rayas. Esta vez estaban debajo de la nuca. Y también en el costado. Así que me corté las uñas. Me deshice de todo lo blanco hasta el borde con toda la precisión que fui pacientemente capaz. Después, me pasé una lima por el borde de las uñas, para asegurarme que no raspasen. Luego, me vestí y salí a la calle a pesar de todo. Hacía sol, del que molesta, del que te hace cerrar los ojos hasta que casi solo disciernes sombras andando por la calle. Me pasé el día con mis gafas de sol, para ver como si viese a oscuras. Esta mañana me he vuelto a lev

El hombre del café solo

Está ahí todos los domingos. Mi mujer y yo le conocemos como "el hombre del café solo". Es un hombre mayor, de unos 50,  de unos 50, mayor, con gafas desfasadas, camisa a cuadros, pantalones kakis y botas de monte. Le empieza a escasear su pelo oscuro probablemente teñido y posee unos rasgos cuadrados y duros. Todo lo que hace lo hace con intensidad. Llega a la cafetería todos los domingos a la misma hora. Pide un café solo, la mínima consumición que puede hacer. Recoge dos periódicos del local y se sienta. Los pone uno encima de otro en la mesa y los lee. No solo los lee, los analiza y desmenuza. Parece que está intentando descifrar el patrón de letras del periódico, como quien descifra un mensaje secreto codificado. Mira fijamente el periódico. No mueve los ojos ni cuando cambia de columna. Cuando termina sus dos periódicos, unas tres horas y un café después, vuelve a su casa lentamente. Vive a unos quince minutos, pero a él le cuesta veintitrés. Entra en su portal recién

Gafas Nuevas

Es complicado comprarse gafas nuevas. Sobretodo por que al ponértelas no sabes si te quedan bien o mal. Te miras al espejito de la óptica y ves que llevas algo en la cara, es como un difuminado. Lo estás viendo a través de unas lentes de plástico sin graduar. La vendedora me dice que "es lo que se lleva ahora" y me enseña otras que "resaltan los ojos" y luego otras que "alargan la cara". Mi novia me sugiere otros modelos con los que estoy "más guapo todavía", pero no me convencen. Por fin, encuentro unas que parecen negras, pero si las miras bien tienen trazas marrones. En la parte interior son de un azul verdoso claro. Me recuerdan a mi, así que me decido por esas. Al cabo de un par de semanas me paso a recogerlas. La dependienta se acuerda de mí cuando me ve y me saluda. "Ahora mismo", me comunica, y se retira un momento al cajón de las gafas. Es un desván gigante de gafas dentro de sobres blancos con el nombre del cliente escrito e

Con las manos

"Pasillo 6-24". Cojo un poco de carrerilla y salto encima del carrito cargamuebles. Estoy a punto de estamparme contra el 6-22 y me bajo y freno con los pies antes de que sea demasiado tarde. Mi acompañante se ríe mientras viene hacia mi. Al llegar a mi altura, me abraza mientras nos damos un beso. Juntos cargamos la pesada caja llena de partes de sifonier o sinfonier o chifonier, que no cómoda. El carro empieza a desviarse hacia la izquierda, así que arruina mis carreritas por el gigantesco almacén. Llegamos a la caja y nos tenemos que cobrar nosotros mismos. Hay un chaval de la tienda, pero anda ocupado con unos señores mayores que no les funcionan los cupones. Por fin llegamos a casa y nos disponemos con el montaje. Todo es seguir las instrucciones llenas de minitareas y utilizar unas herramientas básicas. Acaricio sus labios mientras termina la estructura y me dispongo con los cajones. Enrosco un tornillo con el destornillador en la tabla frontal, inserto un taco en una

Cómo hacer que tu alcalde visite tu peluquería y yo no.

Como de costumbre, llamo a mi peluquería para concertar una hora. Llego puntual y lo que pasó a continuación fue una escena de otras épocas rayando lo bizarro. La mejor manera de explicarlo es haciendo una lista. Cómo hacer que tu alcalde visite tu peluquería - Saludarle nada más que llega por la puerta. - Llamarle por el nombre de pila. Llamarle por el diminutivo, "Javi". - Hacerle sentir como en casa. Dejarle corretear por la parte de atrás de la peluquería y toquetear los productos capilares. - Dejar de lavar el pelo a una señora, ante su cara de estupefacción, para lavárselo a él. - Reírle las gracias.  - Recortarle la barba. - Despedirle todos los empleados diciéndole su nombre. Cómo hacer que yo no visite tu peluquería - Saludarme con la mirada cuando llego. - Hacerme esperar después de haber cogido hora sin disculparse o decirme unas palabras para que no me impaciente. - Colar a Javi, que llega más tarde, sin pedir disculpas ni permiso. - No llamarme n

Billares Diagonal

Comenzó su ritual. El día antes, no jugaba, olvidaba por completo su condición de profesional del snooker. Dos días antes se entrenaba en alguna sala de la ciudad. La organización le dejaba usar sus instalaciones, de lo que se aprovechaban sus rivales, ella no. Prefería no tener contacto con el lugar antes de la competeción, era mala suerte. Quería sorprenderse, adaptarse a las circunstacias. Su primera eliminatoria era contra el sueco "Big S" (Gran S) Stevensson, conocido por sus dos metros y sus largos brazos. Problemente no sería rival, su juego defensivo dejaba mucho que desear, solo sería cuestión de tiempo que cometiese un error. En la habitación del hotel se puso su traje nuevo para el torneo. Camisa blanca, chaleco interior y traje negro. Mientras se miraba al espejo, recogió el pelo rubio en una coleta recta y se dió un poco de laca. Todo tenía que ser como si fuese el día del campeonato. Si había una cosa que no toleraba eran esos zapatos, fue la primera del circu